Thursday, December 07, 2006

Avispas tropicales, ¡qué cagada!

Cientos de aguijones unidos a una potente glándula venenosa lista para bombear ácido de batería, el fuego líquido directamente a la sangre. Una mente enjambre de cientos de individuos. Todo por la colonia. Todo por el avispero. Una caja de Pandora hecha de pasta de papel, esférica, y con una única abertura, un ojo negro y vacío siempre vigilante. El ojo de Ygramul el múltiple.

Primero un leve pinchazo, como si me hubiera rozado con una enredadera espinosa, una palmera espinosa, una hierba sierra, un árbol espinoso o cualquiera de los innumerables vegetales que pinchan y cortan. Luego, una pequeña quemazón. Bajé la vista. Unas diez avispas tropicales se habían posado en mis brazos y me los aguijoneaban furiosamente. Alguien había golpeado accidentalmente el nido y despertado al monstruo.

Comencé a matarlas con el machete (que por suerte, estaba en la funda), y a correr todo lo que podía. El leve quemazón se convirtió al poco en el mismísimo fuego del infierno, la sangre brotaba de las picaduras palpitantes, mientras la glándula del veneno quedaba colgando (extraño, nunca había visto avispas que dejaran la glándula unida al aguijón) junto a su propietaria aplastada. Comenzaron a seguirme. Al poco tiempo, corriendo colina abajo, mis pies tocaban el suelo con cada vez menos frecuencia y llegó un momento en que comencé a volar literalmente a través de la selva, a través de espinas y troncos, sin herirme con ninguno, propulsado a gran velocidad por el miedo y el complejo de Peter Pan (me había leído el libro hacía un mes y algo se me había pegado).
Tomé tierra. Traté de calmarme. Miré colina arriba. Al instante, dos resplandores amarillos entre las hojas. Venían a por mí. Remonté el vuelo.
Cuando aterricé nuevamente, estaba temblando por el esfuerzo. Las avispas se habían ido. Estaba a salvo.

Me tranquilicé. Respiré. Retiré los aguijones. Conté las picaduras. Al principio me parecieron solo ocho, luego en la cabaña pude contar más.
Al principio me sentía bien, algo nervioso y agotado. Mis brazos empezaron a hincharse. Empecé a tener picores. Por las picaduras cada vez más hinchadas y blancas, brotaba una gota de sangre. Me tomé los antihistamínicos y esperé un poco. A pesar del fuego y los picores, no había nada de que preocuparse. Bromeé con M. (que me había visto correr con el machete y pensaba que me había ensartado cuan pincho moruno). Le dije que veía la luz al final del túnel, y que le dijera a mi novia que la quería. No le hizo mucha gracia, estaba preocupada. Pero fue cuando se preocupó de verdad cuando dejé de hacer bromas. Cuando comencé a caminar cada vez más lentamente y casi sin hablar. Experimentaba un cansancio extremo, mis piernas pesaban toneladas y hacía falta un gran esfuerzo y más aún voluntad para moverlas (colina arriba en este caso). Llegó la náusea. Ganas de vomitar y mareos. Mi conciencia bajó algunos puntos, como justo después de despertarme. Me planté si era alérgico, con tantas especies en el trópico, se podía ser alérgico a unas sí y a otras no (como los pimientos del padrón, unos matan y otros non). Al final, abluciones rituales en el río (no se llama Aguasalud por nada), mi piel a manchas rosas y blancas (efecto fresa y nata), picores e hinchazón durante un par de días. Y durante una semana, un horror inexplicable al color amarillo caramelo, un respingo cada vez que algún insecto me tocaba, temblores al oir el más leve zumbido. ¿Y después? Pues a todo se acostumbra uno. Por suerte estas eran las avispas M, las hay también P, L y XL. Hay unos abejorros que son XXL pero no hacen colonias.

Avispas 1 - Miguel 0.

1 comment:

Monica Fernandez said...

Mi cielo ayer erika y yo hemos descubierto que eres El Protegido, no temas ya, eres de los buenos, eres el mejor, estas ahi porque los demás no podemos hacerlo.
Te queremos.
Muchos besines.
Te esperamos, vuelve pronto.