Thursday, October 12, 2006

Cae la noche en la selva:


Cae la noche en la selva. Es la hora de los perdidos, cuando salen las serpientes. Cuando el monstruo de la letrina emerge del inframundo y toma forma para cazar en la espesura o por los caminos solitarios. Comienza la orquesta nocturna, con su coro de ranas e insectos, del que despuntan algunas aves y la aguda y melancólica llamada del mono lechuza, otorgando un aire sobrenatural a la selva. Y por debajo de todo eso, el eterno fluir del río y sus mil voces, un mantra de la selva formado por risas, lamentos, cantos y rugidos que, como Siddarta aprendió con el barquero Vasudeva (según Herman Hesse) se resumían todas en "Om" cuando no atamos nuestra alma a ningún sentimiento concreto, la expresión de la perfección, la unidad, la voz de todas las voces, la expresión del todo. Y por todas partes, intermitentes llamaradas verdosas, mágicas fosforescencias en la noche primitiva, luces misteriosas brillando por doquier: luciérnagas, con fogonazos equivalentes a encender un mechero en la oscuridad. Es la hora de los perdidos, cuando salen las serpientes. Al iluminar con la linterna al suelo se distinguen miles de diminutos ojos verdosos en la hojarasca, observando acechantes. Centenares de arañas y amblipígidos se pasean en busca de presas. Adentrándonos un poco en la selva descubrimos un mundo de anfibios, parduscas ranas y sapillos saltan y se camuflan entre las hojas secas. En alguna ocasión, un murciélago pasa volando cerca. Una corriente de aire y un fuerte aleteo membranoso a escasos centímetros de la cara.
Hay que
tener cuidado con las orillas de los ríos, es donde las serpientes esperan a sus presas. No mi querida Oropel, sino otras menos delicadas y más toscas, parduscas cazadoras de la hojarasca como la terciopelo (Bothrops asper) y la verrugosa (Lachesis stenophrys), ambas excediendo los dos metros y la última también los tres. Pero estas no son las más divertidas, hay víboras saltadoras (y saltan a morder) e incluso una serpiente que es muy territorial (no tengo claro cual es todavía) que te persigue y todo.
Quiero té

A veces casi todo sabe a casi nada.
Pero nada sabe como tomar té.
Y cuanto más té tomo,
más té q
uiero
y más té necesito,
y más té habré hecho.
La selva y sus criaturas: La víbora más coqueta: Oropel (Bothriechis schlegelii)

Llamada también víbora de pestañas, está disponible en tres colores: amarillo oro, verde selva y marrón tronco de palmera, para que haga juego siempre con la vegetación del entorno. El ejemplar de la foto es un juvenil de no más de 30 cm, pero los adultos llegan a medir un metro. Es arborícola, se alimenta de sapos, lagartijas y pequeñas aves y mamíferos.
Su veneno es mortal si no se recibe atención médica, lo que la convierte en una auténtica femme fatale*. Si tuviera que elegir un ofidio con el que suicidarme como Cleopatra, la eligiría a ella, aunque no pueda parpadear sus pestañas la hacen irresistible, tan graciosa y pequeña.
Los accidentes pueden ocurrir porque se halla habitualmente sobre hojas y ramas, por lo que las botas de goma que llevamos no nos protegen contra ella (la mayoría de las picaduras se dan en la parte media del cuerpo). Su coloración críptica la hace prácticamente indistinguible del entorno, y a pesar de no ser agresiva, puede ser fácilmente confundida con una rama. Sin embargo, no es muy frecuente (¿o no es muy frecuente verla?).
Tengo que reconocer con orgullo que las fotos son mías, no porque sea un megalómano arrogante (que los que me conocéis sabéis que sí lo soy), sino porque la cámara digital que me llevé es lo más parecido a una desechable que he visto nunca, casi todas las fotos han salido movidas o desenfocadas, he tenido que atar la cámara a un palo y poner el temporizador para sacar fotos, y aun así salen mal, creo que sólo un 10% se salva de la quema.

*Definición de wikipedia de femme fatale, sólo por curiosidad: "Una mujer fatal es un personaje tipo, normalmente una villana que usa el maligno poder de la sexualidad para atrapar al desventurado héroe. Es una traducción de la expresión francesa femme fatale, ‘mujer mortífera’. Se la suele representar como sexualmente insaciable. Aunque suele ser malvada, también hay mujeres fatales que en algunas historias hacen de antiheroínas e incluso de heroínas. En la actualidad el arquetipo suele ser visto como un personaje que constantemente cruza la línea entre la bondad y la maldad, actuando sin escrúpulos sea cual sea su lealtad." (la sexualidad tiene poderes malignos... ¡lo sabía!)
La selva

El barro es rojo y muy resbaladizo, un barro primigenio, la sangre misma de la tierra de la que se nutren las catedrales arbóreas que nos flanqueaban, leñosos muros de clorofila a ambos lados del sendero. El camino para llegar al refugio (mal llamado "carretera") serpentea y trepa a través de las colinas de enmarañada vegetación.
Los numerosos puentes son precarias estructuras de madera podrida cubierta de musgos y plantas. El peor de todos es el del río Macho, pues
la mayoría de sus tablas están rotas o sueltas, y a demás están dispuestas a diferentes alturas.
Algunos coatíes caminaban simpáticamente por el márgen del sendero, con su larga cola levantada y su andar pausado. Parecían apenas inmutarse por los desesperados rugidos del motor del todoterreno, luchando por salir de su lodosa prisión utilizando en vano su tracción a las cuatro ruedas. El coche se atascaba continuamente, hundiéndose sin salvación como Ártax en el Pantano de la Tristeza. Afortunadamente, conseguimos rescatarlo una y otra vez.

Sorprendentemente, llegamos. Y más sorprendentemente aún, el coche y su conductor regresaron al día siguiente, realizando esta misma ruta todos los miércoles.

Y para todos aquellos que alguna vez hemos sido Artax:


-Yo te sostendré, Ártax -le dijo al oído-, no dejaré que te hundas.
El caballito relinchó una vez más suavemente.
-No puedes ayudarme, señor. Estoy acabado. Ninguno de los dos sabíamos lo que nos esperaba. Ahora sabemos por qué el Pantano de la Tristeza se llama así. La tristeza me ha hecho tan pesado que me hundo. No hay escapatoria.
-¡Pero si yo también estoy aquí -dijo Atreyu- y no me pasa nada!
-Llevas el Esplendor, señor -respondió Ártax-, y te protege.
-Entonces te colgaré el Signo -balbuceó Atreyu-. Quizá te proteja también.
Quiso ponerle la cadena alrededor del cuello.
-No -resopló el caballito-, no debes hacerlo, señor. El Pentáculo te lo han dado a ti, y no tienes derecho a dárselo a nadie aunque quieras. Tendrás que seguir buscando sin mí.
Atreyu apretó su cara contra la quijada del caballo.
-Ártax... -susurró estranguladamente-. ¡Mi Ártax!
-¿Quieres hacer algo por mí todavía, señor? -preguntó el animal.
Atreyu asintió en silencio.
-Entonces márchate, por favor. No me gustaría que me vieras cuando llegue el último momento. ¿Me harás ese favor?
Atreyu se puso lentamente en pie. La cabeza de su caballo estaba ahora medio sumergida en el agua negra.
-¡Adiós, Atreyu, mi señor! -dijo Ártax-. ¡...Y gracias!
Atreyu apretó los labios. No podía decir nada. Saludó una vez más a Artax con la cabeza y luego se dio media vuelta y se fue.

-Michael Ende, La Historia Interminable

La letrina del terror:


"Tienes miedo de tomar el camino de Moria, ¿verdad?. Porque sabes lo que allí te espera. Los enanos cavaron demasiado profundo y con gran ambición, y sabes muy bien lo que allí encontraron. Las fuerzas que desataron, el mal que allí dormía."


"Es imposible que tales potencias o seres hayan sobrevivido... hayan sobrevivido a una época infinitamente remota donde... la conciencia se manifestaba, quizá, bajo cuerpos y formas que ya hace tiempo se retiraron ante la marea de la ascendiente humanidad... formas de las que sólo la poesía y la leyenda han conservado un fugaz recuerdo con el nombre de dioses, monstruos, seres míticos de toda clase y especie..." Algernon Blackwood


Una sencilla puerta de madera, desgastada por el tiempo y la soledad, una aparentemente humilde entrada para el auténtico templo del terror que se esconde tras ella en menos de un metro cuadrado. Menos de un metro cuadrado de dolor, miedo y horror sublimado.
La desvencijada puerta está coronada por el caparazón vacío de una tortuga atropellada, una carcasa abombada y pardusca, extraño elemento decorativo que señal el lugar inequívocamente con la marca de la muerte y el estigma del sufrimiento.




En el interior, tras una espesa cortina hedionda tan densa que se puede palpar: vapores del infernales que se condensan en las paredes formando chorretones pestilentes, se halla una sórdida taza, oscuro altar que comunica directamente con el averno, un abismo de maldad, pozo de infinita agonía. Sólo un loco o un estúpido osaría mirar al interior del altar oscuro, y semejante visión, aún de reojo, bastarían para hacer enloquecer al más cuerdo. Simplemente el intuir que algo así existe inspiraba las pesadillas de Goya, sus monstruos del sueño de la razón, Saturno devorando a sus hijos, aterradores delirios Lovecraftnianos de dioses antiguos y fuerzas indescriptibles. El animal ouróboro, que se enrosca devorándose a sí mismo. El Mal Primordial.




Y si miramos fijamente al abismo, el abismo nos devuelve la mirada.




En el fondo, la oscuridad absoluta. Si aún somos tan osados como para desafiarla enfocando una linterna, una visión que hiela la sangre, la sobrecogedora sensación de que hay algo ahí abajo: miles de larvas retorciendose en una grotesca y convulsa orgía de heces, una masa palpitante desafiando la realidad y la razón, el mundo de las tinieblas, una sopa primigenia de mierda ancestral.
Y mientras miramos, la náusea, el viento caliente e irre
spirable de la cripta impregnando nuestra piel y nuestra ropa.
Algunas de las larvas consiguen trepar a través del inmundo tubo, pupando justo al borde, de donde emergen unas moscas repugnantes, hinchadas y hediondas. Vuelan dificultosamente, como con sobrepeso, posándose continuamente. Son lo más parecido a pegotitos de mierda voladores. Estoy seguro de que al aplastarlas (aunque no he querido comprobado por asco) estallan salpicando en todas direcciones y dejando una notoria mancha marrón y pestilente en la pared.
Putrefactos emisarios del mal, estos isectos-zombie a veces se autoinmolan en la lámpara de queroseno produciendo brillantes llamaradas debidas al metano, sacrificando su miserable existencia al fuego purificador en tributo a sus crueles dioses.




Dicen los nativos que después de medianoche, la criatura de la letrina se arrastra fuera de su cubil y vaga por la selva para alimentarse, este monstruo abyecto, gólgota de mil tentáculos, amorfa masa semisólida y viviente, devorando el cuerpo y el alma de sus víctimas. "Nunca vayas al baño después de media noche" me advirtieron cuando llegué.
La semana pasada intentaron acabar con él. La fosa (notar que no digo séptica: fosa a secas) había sobrepasado su límite (el límite es cuando salpica, literalmente, pero en esta ocasión, el estado semisólido afortunadamente lo impedía, pero ha habido gente que ha experimentado la salpicadura en su propia carne... la quemadura fría de la que hablaba William Burroughs...) y trataron de vaciarlo. Grandes bombas de succión y contenedores especiales llegaron al refugio. No puedo describir con palabras lo que allí ocurrió (porque no estaba, principalmente), sólo las consecuencias... manchas de un producto químico azul derramadas por doquier, un veneno altamente tóxico y desinfectante, aparentemente mezcla de amoníaco, lejía y otros químicos, que la misma botella anunciaba con una gran calavera con dos tibias.
La lucha debió ser espantosa, al parecer tras bombear fuera a la criatura, esta se revolvió, derribando una de las barandillas del refugio. Había multitud de huellas en la hierba que no supe descifrar, algunas sugerían el arrastre de algo pesado. La letrina apareció toda teñida de azul y el olor del desinfectante se me hizo extraño, pero... había algo tras ese olor, la esencia de la criatura permanecía.
Haciendo de tripas corazón y confiando en que el desayuno de hacía 5 horas estuviera digerido, me asomé temeroso al borde del abismo... algo mermada, y teñido de azul, la criatura seguía ahí, y sus apéndices vermiformes seguían retorciéndose impasibles en su macabra danza, totalmente inmunes a la toxicidad del veneno. Tal vez no se pueda matar lo que no está vivo. Definitivamente, sólo habían cortado la cabeza a la hidra escatológica.