Thursday, December 07, 2006

Seguía lloviendo:

En la desvencijada pero funcional cocina, Miguel chupaba otro mate mientras contemplaba la lluvia ensimismado. Había estado lloviendo todo el día, motivo por el cual no puedieron salir a trabajar (faltaba la funda impermeable para la telemetría). Llovía de forma isistente, obstinada, constante, aunque a veces perdía algo de fuerza, una chispa de esperanza que se apagaba bajo las gruesas y pesadas gotas que formaban un tupido cortinaje tras el tejado de chapa.
Recargó el mate de nuevo y chupó de la bombilla. Las gotas de lluvia despintaban poco a poco el mundo, la realidad. Una realidad acenagada de papel mojado y tinta corrida. Su realidad. Lavándose lentamente como quedaba la hierba que bebía tras demasiadas recargas de agua hirviendo. La hierba iba perdiendo su amargor inicial cada vez que vertía el agua, pero ganaba en otros matices, tal vez absorbiendo la esencia de la matera de palosanto, lo que le daba un sabor especial.
Realidad de mate lavado. Hay que cebarla de nuevo. "Sólo faltan unas galletas" -pensó. Y subió a por ellas. Galletas de realidad sabor limón marca El Rey.
Aunque él aún no lo sabía, seguiría lloviendo todo el día. Y toda la noche.
Tras la cena, se quedó a solas recogiendo un poco. Notó un pinchazo en la espalda. Un escarabajo, volando confundido siguiendo la luna llena halógena de 60 watios que colgaba de la cocina había aterrizado en su cuello y se había deslizado por el interior de su camiseta. Lo retiró con cuidado y dejó que volara. Golpeó nuevamente la bombilla y aterrizó cerca, desorientado.
Acabó de recoger y se sentó. Se examinó el pequeño sarpullido de la muñeca (¿alergia, intoxicación alimentaria o picadura indeterminada?) y no pudo resistirse a rascárselo un poco. Lo hizo cuidadosamente, para no hacerse sangre, mientras experimentaba oleadas de voluptuoso placer orgásmico por todo el cuerpo. "Para comer y para rascar, solo es empezar"-pensó. Luego, roció la zona con una loción refrescante para picaduras y se fue a la cama. Una vez más, sueños con telemetrías que no funcionaban, esta vez con una casa encantada y todo. Todo bajo la atenta mirada de una estrellita fosforescente que nunca se olvidaba de recargar con la linterna, silencioso y autoadhesivo guardián de sus sueños.
A la mañana siguiente, seguía lloviendo.

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