Tuesday, September 19, 2006

Primer día

Amaneció. Salió el sol. Fuera de la casa de los voluntarios, el aire era el mismo calor húmedo que queda al darse una ducha a 40 grados. Firmé todos los papeles que eximen a la organización de mi muerte por grave negligencia mía (me pregunto que entenderán por "grave negligencia"...), así como el contrato del voluntario (qué país es este, contrato para un voluntario...), y tras presentarme a todo el mundo de la oficina, hablamos de los proyectos que se llevaban a cabo en la estación. Había en el grupo de voluntarios gente con mucha experiencia en el tema, de los que aprendería grandes cosas (como localizar telemétricamente aves en medio de los infernales ecos radiofónicos producidos por la selva, la niebla y las colinas) pero que se iban en octubre, quedando yo como voluntario de más experiencia y por lo tanto, persona al mando (qué cagada).
Recibí consejos de todo tipo, que se sintetizan en "en la selva todo pica, muerde o araña". En este axioma se incluyen tanto plantas y animales, como rocas o troncos caídos dentro de los que se esconden más animales y plantas que pican, muerden... Así que a mirar dónde se ponen los pies y las manos.
En el centro tenían un águila arpía. He visto pocos animales con tanta cara de hijos de puta. Es un bicharraco grande, sombrío, encorvado, huraño, con una cara ceñuda como mezcla de odio y mal humor. Tienen dos crestas de plumas que toman aspecto de orejas, y en este caso estaban torcidas, y la cabeza desplazada un poco hacia un lado, dándole una imagen un poco desaliñada, y ante todo, hosca. Seguro que en el fondo son encantadoras.
Tras la charla introducción, me tocó ir a comprar comida para las próximas 3 semanas, y la verdura para todo el grupo (debe ser común). Me habían llamado los de la estación para decirme lo que les faltava: 18 cervezas marca Balboa, 2 litros de ron "el abuelo" y verdura. Así que me tiré un par de horas recorriendo el supermercado más barato: supermercados Rey. Cabe destacar que los precios estaban en dólares (el balboa sólo se diferencia del dólar en las monedas, que tienen dibujo distinto pero igual tamaño y peso que los equivalentes), las unidades de medida eran impías y blasfemas. Ya lo dice el refrán: libras y galones, me tocan los cojones.
A pesar de la distancia, seguían existiendo marcas conocidas. Conseguí llenar un carro entero siguiendo el dicho de mejor que sobre que no que falte y haya que comerse las águilas. Ya descubriré con el tiempo qué alimento indispensable es el que me he olvidado. Inexplicablemente funcionó la tarjeta (eso es que el destino me está guardando alguna, o que acaso me la debe de otra vez) y pude hacerme con los víveres. En el supermercado, es muy curioso, hay un chico muy amable que te ayuda a meter la comida en bolsas y a transportarla, y hasta encontrar un taxi, pero luego te pide propina (te pone la mano como si te la fuera a dar, pero para arriba). Advertencia: no devuelven cambio, como las cabinas de telefónica, con lo cual le eches lo que le eches, se lo queda.
Tras volver y conseguir abrir la puerta (me había dejado la llave dentro, y me tuvieron que dejar otra en la oficina, además la cerradura tiene truco, hay que tirar, forcejear, empujar, y finalmente, girar a la derecha la llave), me deleté un rato con un icneumónido poniendo huevos en algo que había en un nido de barro en la pared, así como contemplando un gecko trepando por la ventana. He visto también unos pájaros que me recuerdan a cuervos, pero extremadamente estilizados, y otros que se parecen a los estorninos de alas rosadas, tengo que comprobar si llegan hasta aquí (que yo sepa son de europa del este, cómo del este y cómo de europa es la pregunta).
Mañana vamos a la selva, donde permaneceré 3 semanas y tendré una libre. Ya sabréis de mí entonces.

La partida (o la llegada)

Como todo buen viaje, éste también empezó en una estación de autobuses, una oscura y gris estación con olor a gasolina y a humos de escape, con mi madre recordándome que coma y mis amigos despidiándome desde el bordillo. Aunque parezca mentira, me hace mucha ilusión que vengan(is) a depedirme, vuestro recuerdo en el andén, empequeñeciéndose con la distancia (y Rubén persiguiendo el autobús) me acompaña todo el viaje. Gracias.
Tras llegar al aeropuerto y conocer a mi club de fans de Japón, que no dudaron en sacarse fotos con su ídolo (yo), esperar todavía más horas y meterme por fin en al avión fantasma (que no figuraba ni en los monitores ni en información de la terminal ni en ninguna parte), nos tocó esperar otras horas hasta que nos dieran pista. Era más grande de los que suelo tomar de bajo coste, con seis asientos por fila y dos pasillos.
Cuando parecía que nada podía fallar y que despegábamos, nos desviaron a Tenerife por una tormenta tropical en medio del atlántico, y tras esperar de nuevo, partimos. Reconozco que no esperaba volver a ver aquel peñasco volcánico en mucho tiempo, y este encuentro inesperado se me antojaba similar (aunque con evidentes matices) al que debieron sentir los marineros de Shackelton cuando en 1921 regresaron a la Antártida y tuvieron que pasar por Isla Elefante de nuevo, la que veinte años atrás había sido su helada prisión durante un año entero de frío y desesperación. Aquellos marineros habían respondido a un anuncio en un periódico: "Men wanted for hazardous journey. Small wages. Bitter cold. Long months of complete darkness. Constant danger. Safe return doubtful. Honour and recognition in case of success." Eran otros tiempos, supongo.
Tras más horas de espera despegamos de nuevo y durante unas 10 horas sobrevolamos el atlántico entre nubes y un sol radiante, mientras mi mente soñolienta sobrevolaba junglas y montañas. Durante el vuelo, proyectaron tres películas. Ninguna buena. Por suerte, me acompañaba el genial (aunque complicado) Cortázar.
La primera parada fue Costa Rica, este avión cada vez se me antojaba cada vez más un gigantesco autobús urbano. Allí nos tuvimos que bajar para que limpiaran el avión (y quitaran los incontables pelos que se habían enganchado en mi asiento a base de dar vueltas interminables en busca de la posición adecuada). Allí aproveché para llamar a la persona que me estaba esperando, y consultarle algunos puntos de un formulario que debía rellenar para la aduana. Al parecer sí que había una persona física tras los muchos correos electrónicos.
Nuevo despegue, nuevo aterrizaje, esta vez sí en Panamá (por fin). Resultó que el chico que se sentaba delante de mí también era de Ponferrada, y de hecho habíamos cogido el autobús a la misma hora. Casualidades de la vida.
Papeleos en la aduana, enseñar el pasaporte, el equipaje por rayos-X de nuevo. A pesar de llevar un cuchillo enorme, no pusieron ningún problema y finalmente salí del aeropuerto. Noche cerrada, calor húmedo. Hora local, las 12 de la noche. Hora española, las 7. Casi 48 horas sin dormir, con escasa comida y una media sensación de mareo por el avión sin aire acondicionado decente. Un lugar oscuro y desconocido, aparentementeo hostil y despiadado, lo extraño, la nada.
Mi contacto era un chico agradable de Madrid, que vino a recogerme en un todo terreno blanco y contestó con paciencia infinita mis constantes preguntas. Pasamos por largas avenidas franqueadas por palmeras, vimos de lejos el canal con su embotellamiento habitual de barcos en la distancia, y de lejos, la zona vieja de la ciudad. Me dejó en la casa de los voluntarios, toda para mí por esta noche, donde conseguí conciliar el sueño a pesar del calor y los sonidos de los isectos. A las 5 de la mañana me despertó un pájaro que soñaba como una alarma de coche (o tal vez al revés), ya salía el sol (¿es qeu aquí no tienen horarios normales ni para el amanecer?) y conseguí dormirme de nuevo hasta las 9.
Mañana vamos ya a la selva, así que estaré incomunicado hasta dentro de unas dos semanas o así. Ya os contaré.