Saturday, November 11, 2006

Uno de esos días

Hoy es uno de esos días. Sí, esos días. Hemos acabado antes de tiempo, y tenemos todo el día por delante. Hace bueno. El tiempo pasa más lento. Casi puede escucharse el sonido del Sol sobre las piedras.
Al principio, me acerqué valientemente afuera para leer, pero la nube que me protegía se retiró de pronto, dejando que el sol me abrasara los ojos, una claridad súbita y cruel que me hizo retroceder hacia la cocina, como un cangrejo ermitaño al interior de su concha, como cualquier alimaña a esconderse bajo las piedras, totalmente deslumbrado.
Hoy es uno de esos días, sin nada que hacer. La siesta (hay que mantener las tradiciones) en la hamaca me ha dejado una horrible sensación de pesadez en la cabeza, una sensación tan arraigada que ni la corriente del río pudo llevársela. Cuando me desperté, no puede evitar encontrar, con esas extraña lucidez propia de los dormidos, un clarísimo símil entre la hamaca y una pegajosa telaraña, de la que es imposible desprenderse, envolviéndome cada vez más en su red.
Invulnerable al letargo que todo lo invadía, el colibrí (Thalurania colombica), saeta incansable, joya multifacética e iridiscente rasgando el aire, pequeño dios del vuelo estacionario, cruzó ante mí para acudir al bebedero. Mi mente aún dormida tuvo una idea. Sí había algo que hacer...

Estábamos esa semana solo tres personas en la cabaña. M., norteamericana, que devoraba otro libro (creo que ya lleva ocho) tranquilamente en el piso de arriba y no quiso participar de nuestro descabellado experimento, T., madrileña, curtida mujer de la jungla preparada para todo, amazona postmoderna y Juana de Arco en general, y yo.

Teníamos témperas. Teníamos pinceles. Teníamos sirope. Teníamos t
iempo. Teníamos un machete. Y teníamos un plan.

Tras algunos ensayos, diversas criaturas del día a día en la jungla pintadas sobre nuestra piel, pasamos al plan maestro: pintarnos sendas flores en el ombligo, llenarlo de sirope y esperar a que los colibríes vinieran a libar de él.
Venciendo el miedo inicial a ser atra
vesados por el afiladísimo pico del diminuto pájaro, semejante a una aguja atada a un cohete a reacción, nos sentamos al sol a esperar. Sin embargo, había un pequeño problema, los colibríes acudían al bebedero, sin prestarnos ninguna atención. Decidimos retirarlo y para nuestra sorpresa, seguían acudiendo al lugar, buscando la dulce fuente de néctar y ambrosía producido y envasado en E.E.U.U. por Aunt Jemima Syrup marca registrada, minúsculos y errantes toxicómanos del azúcar caramelizado. Tal vez estuvieran demasiado acostumbrados. Tal vez ya no puedan sobrevivir sin él.
F
inalmente, la solución fue colocarnos el bebedero directamente encima, y esperar. En varios minutos, el zumbido de un batir de alas 80 veces por segundo, un resplandor violeta y verde, dos ojillos negros mirándome desde una posición estática en el aire. Tras unos segundos libando del sirope, desapareció de nuevo, tan pronto como llegó.

1 comment:

Anonymous said...

Si te digo que al ver las pintadas de vuestros cuerpos he sentido una cierta envidia sana no me vas a creer, así que mejor no te lo digo. Bueno, difruta al máximo de todo lo que puedas vivir allí, incluso del contacto tan íntimo con estos pequeños pajarines, pero a la vez cuídate un poquito que no viene mal.