Thursday, October 12, 2006

La letrina del terror:


"Tienes miedo de tomar el camino de Moria, ¿verdad?. Porque sabes lo que allí te espera. Los enanos cavaron demasiado profundo y con gran ambición, y sabes muy bien lo que allí encontraron. Las fuerzas que desataron, el mal que allí dormía."


"Es imposible que tales potencias o seres hayan sobrevivido... hayan sobrevivido a una época infinitamente remota donde... la conciencia se manifestaba, quizá, bajo cuerpos y formas que ya hace tiempo se retiraron ante la marea de la ascendiente humanidad... formas de las que sólo la poesía y la leyenda han conservado un fugaz recuerdo con el nombre de dioses, monstruos, seres míticos de toda clase y especie..." Algernon Blackwood


Una sencilla puerta de madera, desgastada por el tiempo y la soledad, una aparentemente humilde entrada para el auténtico templo del terror que se esconde tras ella en menos de un metro cuadrado. Menos de un metro cuadrado de dolor, miedo y horror sublimado.
La desvencijada puerta está coronada por el caparazón vacío de una tortuga atropellada, una carcasa abombada y pardusca, extraño elemento decorativo que señal el lugar inequívocamente con la marca de la muerte y el estigma del sufrimiento.




En el interior, tras una espesa cortina hedionda tan densa que se puede palpar: vapores del infernales que se condensan en las paredes formando chorretones pestilentes, se halla una sórdida taza, oscuro altar que comunica directamente con el averno, un abismo de maldad, pozo de infinita agonía. Sólo un loco o un estúpido osaría mirar al interior del altar oscuro, y semejante visión, aún de reojo, bastarían para hacer enloquecer al más cuerdo. Simplemente el intuir que algo así existe inspiraba las pesadillas de Goya, sus monstruos del sueño de la razón, Saturno devorando a sus hijos, aterradores delirios Lovecraftnianos de dioses antiguos y fuerzas indescriptibles. El animal ouróboro, que se enrosca devorándose a sí mismo. El Mal Primordial.




Y si miramos fijamente al abismo, el abismo nos devuelve la mirada.




En el fondo, la oscuridad absoluta. Si aún somos tan osados como para desafiarla enfocando una linterna, una visión que hiela la sangre, la sobrecogedora sensación de que hay algo ahí abajo: miles de larvas retorciendose en una grotesca y convulsa orgía de heces, una masa palpitante desafiando la realidad y la razón, el mundo de las tinieblas, una sopa primigenia de mierda ancestral.
Y mientras miramos, la náusea, el viento caliente e irre
spirable de la cripta impregnando nuestra piel y nuestra ropa.
Algunas de las larvas consiguen trepar a través del inmundo tubo, pupando justo al borde, de donde emergen unas moscas repugnantes, hinchadas y hediondas. Vuelan dificultosamente, como con sobrepeso, posándose continuamente. Son lo más parecido a pegotitos de mierda voladores. Estoy seguro de que al aplastarlas (aunque no he querido comprobado por asco) estallan salpicando en todas direcciones y dejando una notoria mancha marrón y pestilente en la pared.
Putrefactos emisarios del mal, estos isectos-zombie a veces se autoinmolan en la lámpara de queroseno produciendo brillantes llamaradas debidas al metano, sacrificando su miserable existencia al fuego purificador en tributo a sus crueles dioses.




Dicen los nativos que después de medianoche, la criatura de la letrina se arrastra fuera de su cubil y vaga por la selva para alimentarse, este monstruo abyecto, gólgota de mil tentáculos, amorfa masa semisólida y viviente, devorando el cuerpo y el alma de sus víctimas. "Nunca vayas al baño después de media noche" me advirtieron cuando llegué.
La semana pasada intentaron acabar con él. La fosa (notar que no digo séptica: fosa a secas) había sobrepasado su límite (el límite es cuando salpica, literalmente, pero en esta ocasión, el estado semisólido afortunadamente lo impedía, pero ha habido gente que ha experimentado la salpicadura en su propia carne... la quemadura fría de la que hablaba William Burroughs...) y trataron de vaciarlo. Grandes bombas de succión y contenedores especiales llegaron al refugio. No puedo describir con palabras lo que allí ocurrió (porque no estaba, principalmente), sólo las consecuencias... manchas de un producto químico azul derramadas por doquier, un veneno altamente tóxico y desinfectante, aparentemente mezcla de amoníaco, lejía y otros químicos, que la misma botella anunciaba con una gran calavera con dos tibias.
La lucha debió ser espantosa, al parecer tras bombear fuera a la criatura, esta se revolvió, derribando una de las barandillas del refugio. Había multitud de huellas en la hierba que no supe descifrar, algunas sugerían el arrastre de algo pesado. La letrina apareció toda teñida de azul y el olor del desinfectante se me hizo extraño, pero... había algo tras ese olor, la esencia de la criatura permanecía.
Haciendo de tripas corazón y confiando en que el desayuno de hacía 5 horas estuviera digerido, me asomé temeroso al borde del abismo... algo mermada, y teñido de azul, la criatura seguía ahí, y sus apéndices vermiformes seguían retorciéndose impasibles en su macabra danza, totalmente inmunes a la toxicidad del veneno. Tal vez no se pueda matar lo que no está vivo. Definitivamente, sólo habían cortado la cabeza a la hidra escatológica.

2 comments:

AMoN-AMoK said...

El Gólgota debe habitar en esas tierras!!!

MBA said...

Dios mío! es digno de una canción de Mamá Ladilla. Ay, si ellos conocieran este paraíso terrenal...